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Brutal feminicidio en Veracruz

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•La duda está clavada: ¿los zopilotes se tragaron los ojos de Anahí o fueron los traficantes de órganos humanos?
•Secuestrada y asesinada en Atoyac, Anahí, de 16 años, trabajaba 12 horas diarias en una tienda de abarrotes
•Era una chica discreta, muy discreta, sin vida social ni novio
•Evadió la policía avisar a familiares
•Nadie les ha dado el acta de defunción

Luis Velázquez/Parte II
Potrero Nuevo, Atoyac, Veracruz. 7 de Mayo de 2014.- 16 años acababa de cumplir Anahí López Flores cuando conoció la muerte con la peor de las crueldades en un Veracruz donde los derechos humanos tienen la siguiente característica:


Primero, secuestrada.
Luego, desaparecida.
Después, ultrajada.
Más tarde, ahorcada.
De inmediato, su cadáver arrojado a un lote baldío, donde una hora después los zopilotes papaloteando a su alrededor en el cielo alertaron a los vecinos y a la policía.
Y cuando su cuerpo fuera entregado a sus familiares le habían arrancado los ojos.
Y la duda quedó clavada. ¿Fueron las aves de rapiña las que se comieron sus ojos?
O en todo caso, ¿fue el botín de los traficantes de órganos humanos?
Y es que de acuerdo con un médico veterinario, los zopilotes, antes, mucho antes de comerse los ojos humanos, picotean y se tragan la carne alrededor, y hasta arrancan una parte de la piel y la carne, incluso, dejan la piel rasgada o levantada de tanta picotazo.
Y Anahí ninguna característica tenía así. Solo los ojos extraídos. La carita sin ojos.
Por eso, el penúltimo agravio será la impunidad, si el subprocurador de Justicia, Alejandro Dávila Vera, sigue dejando pasar los días sin dejar huella.
El último agravio sería el olvido de un feminicidio más cometido en Veracruz.
Anahí había nacido en el hospital civil de Yanga y vivido en un rancho. Luego, en una colonia popular. A los 10 años llegó, con sus padres, a una colonia popular de Atoyac y terminó la primaria en la escuela México ubicada en la colonia Guadalupe.
Desde los 11 años de edad, flaquita flaquita, morenita, delgadita y finita de su cara, los ojos negros pequeños, asombrados ante la vida como aparece en la foto del recuerdo el día de su graduación primaria, empezó a conocer el mundo laboral.
Entonces, hacía mandados de casa en casa y ella misma se vestía y calzaba, porque, ni modo, así es la pobreza.
Más grandecita entró a trabajar a una tienda de abarrotes, con un horario de 12 horas diarias, de 8 de la mañana a 8 de la noche, en que permanecía de pie, y a veces, mejor dicho, a cada rato, en la media hora que les daban de comer salía corriendo a su casa y en vez de alimentarse se tiraba en la cama diciendo “mamita, estoy muy cansada, me duelen los pies de tanto estar parada”.
Y se dormía durante la media hora y a veces salía corriendo al trabajo para llegar a tiempo y evitarse un castigo.
Pero, además, y como parte de su faena laboral, el día martes, su descanso, la patrona la utilizaba para que le lavara la ropa y le planchara o fuera atender el súper.
En la tienda le pagaban 700 pesos, de los cuales, Anahí siempre le daba a su mami, Leonarda Flores, de 100 a 200 pesos como su aportación para la alimentación de la familia.
Anahí era muy discreta. Discretita. Y su vida oscilaba de su casa al trabajo y del trabajo a su casa todos los días. Apenas, apenitas, con una amiga, que conociera en la tienda. Sin novio. Y sin vida social. Y sin andar por ahí, en los bailes de la colonia.

“AMANECIÓ DIOS Y NOSOTROS EN VELA”

Por eso el sábado 26 de abril, hacia las 9 de la noche, su mamá le habló por teléfono a su celular y nunca entró la llamada. Luego, habló a la patrona y dijo que de la tienda había salido a las 8 de la noche. Una amiga, compañera de trabajo le dijo al despedirse que iría a un mandadito, “allá abajo”, y luego a casa.
“Amaneció Dios y nosotros en vela” recuerda doña Leonarda Flores, la mirada todavía alucinada, renuente a creer y aceptar la realidad, sin una sonrisa en los labios delgados.
En la mañana del domingo, la familia anduvo preguntando en otras tiendas si la habían visto. Y fue entonces cuando fueron con el comandante de la policía municipal.
“Nosotros debemos esperar 72 horas para buscarla” les dijo.
Y sin embargo, les pidió una fotocopia de la foto de Anahí y le dijeran de una vez el color de la ropa que llevaba, el color de los zapatos, sus características físicas.
En la búsqueda infructuosa pasó el domingo y el lunes en la mañana llevaron a la policía una fotocopia. Pero el comandante les pidió que mejor una foto a color, porque sus rasgos se perdían en la mala copia.
Hacia las 2 de la tarde del lunes 29 de abril, en el poblado corrió la versión de que un cadáver estaba tirado detrás de la oficina de policía porque algunos vecinos miraron los zopilotes volar en bandada y emanaba mal olor.
Pero para entonces habían transcurrido casi tres horas de que la poli se había llevado el cadáver a Córdoba, al Forense, con el subprocurador Alejandro Dávila Vera, y no obstante, en ningún momento tuvieron la cortesía de avisar a los deudos.
La madre y su hermana pidieron 200 pesos prestados para trasladarse a Córdoba y ahí las tuvieron, hasta la noche, cuando hacia las dos de la mañana del martes la autoridad les pidió que la identificaran y cuando la mamá y la tía miraron sus zapatos y su vestido supieron que era Anahí.
Ese mismo día, en la tarde, la sepultaron, y la patrona de la tienda de abarrotes donde Anahí trabajaba 12 horas diarias, sin Seguro Social ni tampoco INFONAVIT, ni unas flores, ni una veladora les envió, tampoco unos panes para el primer rezo.
El alcalde del pueblo, expanista y ahora devoto priista, Agustín Mollinedo, les dijo que debía diez cajas de muertos y ningún centavo les podía dar para el féretro.

EL CINISMO DEL SUBPROCURADOR

El día del sepelio, en la mañana, mientras el cuerpo de Anahí era velado en su casa, una camioneta llegó a vender un periódico de Córdoba en la colonia popular con calles sin pavimentar y con lámparas fundidas.
La noticia era, según el periódico, que los asesinos de la muchacha de 16 años la habían ultrajado… con el palo de un árbol que los violadores dejaron tirado a un lado del cadáver atrás de la oficina policiaca.
Incluso, y para vender más ejemplares, además de que la noticia era voceada, se plantaron a unos cuantos metros de su casa, donde la familia (mujeres y niños) rezaban un padrenuestro.
El miércoles, el subprocurador Alejandro Dávila Vera, lleno de sensibilidad policiaca y social, envió a un par de agentes a tocar la puerta de la casa de la familia para preguntar las razones de la muerte de Anahí, convertida ya en un feminicidio más en la historia próspera de Veracruz.
--Nadie nos ha dado el acta de defunción, contestó su tío.

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